
Siénteolo, vívelo y déjate inundar por el placer que provoca.
Una pasión compartida
Había una vez un cuentista que decidió ir a cobrar sus cuentos después de largos meses de espera. Desgranó todo su talento y más, aquella noche famosa en la que se juntaron muchos de su mismo oficio. Noche blanca y fría, pues corría el mes de Noviembre y los administradores de la ciudad decidieron animar las calles y el comercio con variados espectáculos, resultando todo un éxito ya que la gente acudió en masa e inundó la ciudad . Por supuesto que la prensa se hizo eco y contó lo sucedido: ¡un éxito sin precedentes! Todos quedaron contentos, los administradores, los comerciantes y la gente que disfrutó de los diferentes espectáculos.
Fueron pasando los días y el cuentista se frotaba las manos mientras pensaba, este mes cobraré y podré hacer frente a la Seguridad Social con más tranquilidad porque también podré pagar el alquiler del piso sin problemas. ¡Ay!, mis pensamientos parecen el cuento de la lechera, se decía para sí mismo. Y un buen día decidió acudir a la administración a reclamar en persona que le abonaran la deuda. Pero señor... ¿Es es usted consciente de los problemas que nos acucian?, tiene que tener paciencia, al fin y al cabo todos somos culpables de la situación por la que está atravesando el país, le recriminó el funcionario que le atendió. El cuentista abandonó el lugar y en su cabeza daban vueltas algunas preguntas sin respuesta: ¿Seré culpable de haberme afiliado a la Seguridad Social y no trabajar en negro?, ¿Seré culpable de que me descuenten el 15% en cada factura?, ¿Seré culpable de ganar lo justo para ir tirando?, ¿Seré culpable de no ser médico, catedrático, controlador aéreo, banquero, accionista de una petrolera? ¿Seré culpable?
N.R
Justamente cuando le habían hecho el encargo de su vida, cayó enferma de
“Aburrimiento transitorio”, los dedos eran incapaces de coordinarse con su cerebro ante las teclas del ordenador. Miraba y remiraba el intermitente cursor esperando la inspiración. Cruzaba las manos delante de su boca invocando el santo advenimiento, pero ni eso le daba resultado. ¿Y tú quieres ser escritora? Se reprochaba, ¡pues la llevas clara! Por momentos parecía que un atisbo de ánimo removía… Removía ¿Qué?, pensaba, pero si no estaba sino removiendo ideas confusas e inconexas, que no llevaban a ningún puerto. Con esta actitud era mejor que deshiciera lo poco que había escrito y esperase a curarse del “Aburrimiento transitorio”. Cuando ya estaba decidida a borrar las pocas líneas lo pensó mejor y decidió no hacerlo. Total si eliminaba lo escrito no habría constancia de que un día sufrió de dicho mal y no podría alegrarse de que no era sino eso “Aburrimiento transitorio.
M.J.