miércoles, 24 de febrero de 2010

¡Comando, comando!

Todas las mañanas abandona la casa con la radio pegada a la oreja . La lleva apoyada en el hombro, porque es casi tan grande y pesada como un radio-cassette, y su cabeza se ladea ligeramente hacia ella. Chaqueta de lana a cuadros y pantalones oscuros, además de unas gafas de gruesos cristales detrás de los que hay unos ojos diminutos, acaban de componer su estampa.

De lunes a domingo, siempre a la misma hora, las seis de la mañana, abre la puerta de rollo produciendo un sonido estridente que despierta a los pocos humanos, animales y alimañas que viven en la misma manzana donde trabaja desde hace muchísimos años.
Abre la puerta del local y, al entrar, tropieza con las bolsas y cajas que dejó por el medio la noche anterior. Sube el volumen de la radio y la coloca cerca del cartel pegado en la pared, representando su esperanza de que cambien las cosas.
Destapa la jaula del loro que se ha cagado encima de las cajas repletas de pescado salado, porque siempre olvida limpiarla o, simplemente, no le importa. Eso sí, le pone agua y semillas de girasol además de alguna hoja de lechuga, porque él ama a los animales. El loro alborota: ¡comando, comando!, la música de la radio alborota y, a las seis y media , llega el panadero con dos bolsas grandes de pan, una de ellas con un estupendo pan redondo; y también alborota, porque los saludos entre ambos son a voz en grito. Las bolsas quedan en el suelo, a un lado del local, cerca del congelador con chuletas argentinas y helados kalise. Así que las señoras madrugadoras tienen que agacharse a recoger el pan de las bolsas, ocasión que él aprovecha siempre para piropearlas y casi, si alguna se deja, toquetearlas, con esa obscenidad oculta en el disimulo de rozarse como quién no quiere la cosa.

Su gran negocio lo hace, sobre todo, los fines de semana con la venta de pan a los domingueros, porque no sólo se llevan cuatro o cinco panes, sino algunas latas de conservas, botellas de refrescos, cervezas, algún paquete de café caracol, sal y carbón para preparar las chuletadas. También puede caer, si hay suerte, un par de botines de caballero, colocados en una cuerda atada de una pared a otra del local, a menera de expositor, de tal forma, que si no andas con cuidado, te puedes dar un buen “zapatazo” en la cabeza. Botines de trabajo, lonas para señoras, incluso chanclas de goma con hebilla, para meterse en playas rocosas y no hacerse daño en los pies. Todo un sin fin de artículos mezclados, sin ningún orden, salvo las cajas de verduras expuestas en un lugar exclusivo, aunque de vez en cuando aparezca una cebolla en la caja de las manzanas.

En los momentos en que no hay clientela, suele sacar la silla plegable y sentarse en la acera aprovechando los rayos del sol. Algunos parroquianos que pasan en sus vehículos le gritan: ¡adiós comando!. Otros le insultan, porque la última vez que compraron algo les cobró de más; incluso alguno que otro, ha intentado pegarle, después de una fuerte discusión, por haber engañado a su mujer en el precio de la compra. Y es que su gran problema ha sido siempre cobrar de más, unas veces, y de menos, otras. Irremediablemente, este aspecto, forma parte de su idiosincrasia y le ha acarreado muchos problemas.

Treinta o cuarenta largos años con la misma rutina, cada día, sin descanso, sin aburrirse, salvo en los meses que estuvo en Chicago, vendiendo en la calle, sobre todo, a los hispanos: calcetines, estampitas de la Virgen de Candelaria, escapularios y otras menudencias.
Pero regresó un buen día y continuó levantándose cada mañana, abandonando su casa muy temprano y con la radio pegada a la oreja, su chaqueta de lana a cuadros, sus pantalones oscuros, y sus gafas de gruesos cristales, encaminándose a su lugar de trabajo, de ocio, de vida....
Dicen las malas lenguas que cuando desapareció dejó una buena cantidad de dinero a una organización de “mala pinta”, de esas que se dedican a matar. Pero eso es cosa de las malas lenguas. Lo que sí quedó flotando en las mentes de los que le conocieron fue una de sus frases preferidas: “Aquí Comando: todo barato, barato”.

jueves, 11 de febrero de 2010

Partir

¿Cuándo fue que decidimos que mirar las nubes desde arriba, los mares desde arriba, montañas desde arriba ya no era privilegio de algún dios? ¿Cuándo fue, sobre todo, que creímos que mirar la tierra desde arriba había dejado de volvernos dioses? ¿Cuándo fue que aprendimos a hojear una revista o diario viejo mientras viajamos entre nubes?
Se cae la tarde, vuelo. Se supone que viajar es lo que me gusta, que es una suerte hacerlo, [...]
Ahora viajo en primera, tengo ventanillas: desde mis ventanillas del avión es muy difícil no mirar que la luna está llena. Desde mis ventanillas del avión, todos dormidos, la luna es lo único que queda.

Martín Caparrós. "Una luna".

miércoles, 10 de febrero de 2010

Pero viajar sigue siendo un gesto de desesperación: rozar, por un momento o unos días, todas esas vidas que nunca podré. No hay nada más brutal, más cruel que entender que podría haber sido tantos otros.
Y, a veces, el alivio.

Martín Caparrós. "Una luna".

jueves, 4 de febrero de 2010

miércoles, 3 de febrero de 2010

Para la próxima ocasión:
Palabras, "Gabriela, clavo y canela"
Elixir, el que se tercie
Café, Turquino
12 Marzo 2010