martes, 19 de abril de 2016

TALLER DE RELATO CORTO



Mi compañera Montse

Montse es alta, delgada pero atlética, una belleza clásica, sus cejas enmarcan una mirada y un rostro que parecen realizados por un escultor.
Le encantan los deportes, la vida sana, la naturaleza, las mascotas.
Pero fue jugadora de baloncesto profesional, y jugó en varios equipos nacionales.
Tiene un huerto ecológico, le encanta plantar sus propios vegetales; tanta es la afición que ha realizado cursos de agricultura ecológica ¡lástima que no tiene espacio para las calabazas¡
Cuando era más joven vivió en Londres, donde trabajó de niñera y allí se aficionó a comprar zapatos en los grandes almacenes ingleses, especialmente en New Look y Topshop. Tuvo que  comprar una maleta extraagrande para poder traer los 22 pares de zapatos que compró la última vez que dio una escapada para ir de compras con su amiga Marga (con la que le encanta salir a comprar). Sus zapatos favoritos son los de color verde de plataforma para salir, nunca había visto unos zapatos tan bonitos; me parece que es un poco fetichista, porque no para de mirar los zapatos y los pies de los demás, tanto es así que le tuve que decir la primera vez que nos vimos que por favor me mirara a la cara al conversar. No me lo van a creer, pero conoció a su marido a través de internet, en un grupo creado por y para los fetichistas, que se llamaba fetichistas unidos por el tacón. Al verse mutuamente los pies y las colecciones de zapatos de tacón que
tenían ambos el flechazo fue mutuo.
Compaginó su dedicación a los deportes con la carrera de psicología, la cual ejerce desde hace unos 10 años. Está especializada en trastornos de la personalidad, obsesivos compulsivos, manías y filias varias. Y lo mejor de todo es que dirige un grupo de fetichistas anónimos que hacen sesiones en la sala de reuniones de su despacho en La Laguna. Si pilla a sus pacientes infraganti comprando zapatos, se los requisa y les cita allí mismo para una sesión individual.
Desde hace unos dos años descarga la sobrecarga emocional que le supone su trabajo
practicando boxeo. En su garaje tiene un saco de arena colgado y allí va a zurrarle cuando no puede más. Si un paciente, un familiar o una situación le lleva a su límite no tiene sino que imaginar que en el saco de arena está la cara de esa persona o la imagen en cuestión.
Tiene un altar con un buda en un rincón de su casa; todas las semanas le pone incienso y flores. Coge el rosario tibetano, se coloca en postura para meditar y comienza a pasar todas las cuentas para concentrarse rezando: om mani padme hum

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