Estimados amigos, bajo el título “A la vuelta de la esquina” queremos conseguir reunir pequeños textos en los que se cuente algo. No somos escritores, por supuesto, pero nos encanta jugar a contar historias. Así que les animo a seguir enviándonos sus relatos para poder participar todos del juego de la magia de las palabras. Unas veces mejor contados, otras no tanto o muy mal contados. Para analizarlos, descuartizarlos, criticarlos.... y, por qué no, reconstruirlos, nos reuniremos periódicamente. La información sobre el día y la hora se les enviará por e-mail.
viernes, 29 de enero de 2010
miércoles, 27 de enero de 2010
El madroño
El ventilador en la ventana, en el exterior cuarenta grados. Las montañas con una ligera calima y yo con una coca-cola en mi mesa, mientras trato de dar forma a algo que todavía no se que será.
Hace dos noches tuve un sueño horrible, el madroño del jardín se había secado, y de él no quedaban sino cuatro troncos marchitos en el suelo. El presagio de una tragedia se cernía sobre mí -. ¿Cómo podía estar sucediéndome eso? Si dos días antes lo había estado limpiando de hojas secas y la cáscara suelta del tronco pedía que la arrancara.
Me había sentido tan satisfecha cuidándolo y mirando lo que había prosperado en estos últimos doce años. Y ahora ¿Por qué tenía que secarse? -No te preocupes me decía, ya plantarás otro, es sólo un árbol-. ¡No¡ no es sólo un árbol , gritaba mi inconsciente desesperado. ¡Es mi árbol! ¡es mi madroño! Yo lo planté. Es una especie protegida. Tuve que pedir un permiso para hacerme con él
Ha sobrevivido a embates muy gordos. Vientos y agua lo han vapuleado y yo he estado allí para ayudarlo. Resistió una tormenta tropical, mientras que a otro árbol, mucho más fuerte en apariencia, lo arrancaba de cuajo la condenada tormenta. Empapada en sudor me desperté y aliviada descubrí que solamente había sido una maldita pesadilla.
Me levanté al día siguiente y descalza corrí al jardín. El madroño seguía allí. Lo observé detenidamente. Las profundas cicatrices que tenía en su todavía pequeño pero grueso tronco me dieron lástima. Pero para el sitio en el que había sido plantado había resistido bastante bien y sus ramas lucían armoniosas.
Después de la pesadilla, donde mi árbol moría, las cosas empezaron a cambiar sutilmente.
Las cosas cotidianas que tanto me habían abrumado últimamente empezaron a tomar otro cariz. ¿Quizás se cerraba un ciclo y se habría otro? ¿Sería que la muerte de mi árbol fuera otro tipo de muerte? ¿Quién lo puede saber? Ni lo sé ni me importa. La vida está llena de percepciones extrañas, y siempre he querido saber el porqué de todo, pero me temo, que es un error hacerse tantas preguntas que no tienen respuesta. Seguramente la interpretación de las cosas es según la óptica de quien mire y las sensaciones es según en el momento en el que las vivas.
Yo cuando planté mi madroño lo hice con una clara intención, si, pero...
Mientras el ventilador en la ventana. En el exterior cuarenta grados. Las montañas con una ligera calima, y yo con una coca-cola en la mesa...
M.J.
martes, 26 de enero de 2010
Aromas
Subía por la escalera del hall cuando le llegó el aroma del último Nina Ricci, convirtiéndose en una pesadilla para él. Entró en la oficina olisqueando a su alrededor como un sabueso, para sorpresa de sus compañeros, si es que a las ocho en punto de la mañana alguien se podía sorprender; pero era tan abrumador el desconcierto de no saber de dónde diablos provenía el olor que entraba por sus fosas nasales e invadía todo su ser, hasta provocarle una especie de náusea, que causaba sorpresa en quienes le veían y oían.
Preguntó si alguien llevaba perfume, un perfume fuerte y apestoso consiguiendo que dos pares de ojos se le quedaran mirando desconcertados y dos pares de bocas contestaran, casi al unísono, negando tal circunstancia. Entonces se dedicó a oler las carpetas de su mesa de trabajo, el teléfono, el teclado del ordenador.... Llegado ese momento estallaron risas en la oficina. Él seguía desesperado y decía para sus adentros, ¿pero es que esos idiotas no lo huelen?
Fue la chica, una funcionaria con la que compartía oficina, la que también empezó a notar el olor justo en el momento en que se le acercó. Pero a ella, que no era precisamente de las que se frotaban el cuerpo, a la hora de ducharse, con jabón lagarto por miedo a que el resto de productos fueran pura química y acabaran produciéndole un cáncer de piel, aquel olor le agradó y una sensación de bienestar muy sutil se instaló, primero en su nariz y después en todo su cuerpo. Así que permitió que él se acercara más y más: ella dejándose oler por el placer que le producía el aroma que emanaba de él, y él, oliéndola de arriba a abajo, en su locura por descubrir el origen del mismo. ¡Qué estampa!, pensaba otro compañero, cuya mesa de trabajo quedaba situada algo más alejada.
En ese preciso instante, apareció en el umbral de la puerta de la oficina la compañera de piso y lecho del apesadumbrado hombre buscador de olores. Su respiración era jadeante tras haber subido las escaleras a toda prisa, y con una tenue sonrisa y una voz culpable gritó desde la puerta: cariño olvidé decirte que te equivocaste de suéter al salir de casa; llevas el que utilicé para probar los efectos del último Nina Ricci.
viernes, 22 de enero de 2010
jueves, 21 de enero de 2010
"Venus bailó ante el sol y sedujo a la tierra"
Como cada mañana Iugam se levantó, se lavó la cara, se vistió y salió a trabajar. Iugam trabajaba en los arrozales todo el día, todos los días. Saludó a sus compañeros, cogió su pala y se dirigió al sitio que más le gustaba: desde donde se veía amanecer cada mañana. El sol salía despacito -como una bola grande de fuego- desde detrás del mundo, era sólo un instante lo que duraba ¡pero era tan maravilloso! ... Cada día era distinto al anterior, los colores con los que se teñía el cielo adquirían distintas tonalidades y ya Iugam sabía si ese día iba a ser azul o gris, si iba a hacer frío o calor y él notaba que su estado de ánimo tenía mucho que ver con ese momento.
Tragó saliva, respiró hondo, ¡que nadie lo distrajera, por favor! Y empezó la ceremonia: hoy venía inmenso, amarillo y como con pinceladas color fuego en los bordes y en el medio. Hoy se ha puesto un vestido de fiesta –pensó. Se elevó lentamente como cada día, en una redondez perfecta, parecía que se veían siluetas de paisajes dentro, que llevaba un paraíso en su interior. El chico aguantó la respiración hasta que estuvo todo fuera, luego le dio las gracias con su alma como cada día y ya se disponía a coger su pala cuando de repente percibió que algo se movía: asomaba otro círculo pequeño, de un naranja más oscuro que se movía alrededor de ese inmenso sol. En los años que llevaba en el arrozal, no había visto nunca el sol acompañado, siempre salía solo, a veces después se escondía y no se le veía apenas en toda la jornada, otras veces se hacía muy pequeño, pero con otro ser ¡jamás! Esa mañana estuvo espléndido: grande, firme, bello y ese otro ser se paseó bailando por el contorno de su cintura.
(Otoño 2004)
martes, 19 de enero de 2010
Sorpresa
Se sentía incómoda con su presencia y no sabía por qué. Sin embargo, el lugar donde se hallaba era muy agradable, con grandes ventanales desde donde podía observar los árboles inundados de copos de nieve, los carámbanos colgando de los antiguos techos de los edificios, casi seguro del siglo XIX, con sus fachadas restauradas y adornadas para diciembre, la pequeña plazoleta con la fuente de agua congelada y las calles empedradas que la circundaban. Desde el interior de aquel lugar era un placer para la vista observar el exterior, un privilegio. Estuvo largo rato contemplando ese paisaje a través de las cristaleras del bar y logró olvidarse de la incomodidad que le producía la presencia de un sujeto sentado tres mesas más allá de donde ella se encontraba tomando un café largo y amargo.
De pronto se trasladó a otro momento de su vida. La guagua ronroneaba, igual que un gato cariñoso se prepara para enroscarse al lado del fuego, en esa hora de la tarde en la que conducir cualquier artilugio de pasajeros es doblemente pesada. De vez en cuando, al conductor se le cerraban los párpados y los abría de un golpe estirando al mismo tiempo su cuerpo, para luego sucumbir nuevamente al sopor y la pesadez del momento.
Sus compañeras de viaje en ese trayecto, desde el pueblo hasta la ciudad más cercana, ni se habían dado cuenta del sopor que envolvía al conductor. La mayoría eran chicas muy jóvenes, llenas de vitalidad y, según se mire, de la malcriadez propia de la adolescencia: gritos, risas exacerbadas, el ulular mismo de la candidez. Ella le podía ver perfectamente a través del gran espejo retrovisor , le observaba a él y su letargo de las tres de la tarde. Era uno de los conductores más antiguos de la empresa. Hombre de campo que, por un golpe de suerte, logró pertenecer a la plantilla de conductores de Transportes La Estupenda, pasando de sobrevivir a seguir sobreviviendo un poquito mejor.
El viejo artilugio disminuyó el ronroneo y se detuvo en la parada cercana a la pista del aeropuerto. Fue entonces cuando ella dejó de preocuparse por el sopor del conductor y las posibles consecuencias. De repente se le ocurrió la idea. Abrió el bolso y sacó un papel que apoyó en la carpeta y ésta sobre las rodillas. Empezó a notar cómo se le entrecortaba la respiración sólo con pensar que lo estaba haciendo.
Había entrado en la guagua dos paradas antes de llegar al final del trayecto. Alto, erguido, con la mirada limpia de un verde uva y dirigida hacia el frente. Todo él bajo un uniforme blanco, perteneciente a la Armada, a la escala más baja de la Armada. -Marinerito en traje de paseo, - pensó ella en cuanto le vio subir y sentarse justo en el único sitio libre que quedaba, delante del suyo. Así que lo sintió como una punzada, como un rayo que desde la mente dirigía sus manos que abrieron el bolso, sacaron un papel y lo apoyaron en la carpeta y ésta sobre las rodillas y escribieron: “Estoy buscando barco” al lado de un garabato. Siguieron hurgando en el bolso y encontraron la cinta adhesiva. Mientras las manos trabajaban, su corazón palpitaba cada vez más fuerte. Estaban llegando al final del trayecto en la avenida de los Sauces. La guagua desaceleraba, la gente se incorporaba de los asientos y, todavía en marcha, dirigían sus pasos hacia la puerta. Él esperó a que parase, se levantó rápidamente y bajó los tres escalones que le dejaron en la calle. Tenía prisa, puesto que no se dirigió hasta el paso de peatones para llegar al otro lado de la calzada, en un momento del día en que el tráfico era bastante denso. Cruzó presto la avenida, esquivando algunos coches, mientras ella, caminando lentamente, contemplaba con nocivo deleite su espalda erguida, la cabeza alta y un papel pegado en aquella chaqueta blanca del uniforme balanceándose a cada paso que daba.
Un grupo de tres jóvenes charlatanes la sacaron del ensimismamiento, al sentarse en una mesa cercana. Terminó el café e hizo un gesto al camarero para pedir otro. Mientras esperaba, volvió a rondar por su cabeza aquel suceso de la adolescencia, el autobús, el marinero, sus manos... ¡Había pasado tanto tiempo!
Saboreando el café largo y amargo pero, esta vez, muy caliente y todavía con la sonrisa en los labios por el recuerdo, vio como tres mesas más allá el sujeto hacía señas al camarero, dejaba sobre el mantel un billete y una especie de sobre. Se levantó, habló un momento con el joven que le extendía el ticket de la cuenta, y tras echar un vistazo al lugar, salió sin mirar atrás. El camarero recogió la mesa, se dirigió a la barra y volvió hasta el lugar donde se encontraba ella. Sobre una bandeja pequeña había un sobre blanco, las manos del muchacho la depositaron en la mesa y muy amablemente comunicó que el señor almirante le enviaba una nota. Sorprendida miró, durante unos instantes, la bandeja con un sobre pequeño y blanco. Al levantar la vista, el camarero ya se había retirado. Con la incógnita en los ojos se dispuso a abrir el sobre del que extrajo un papel escrito a mano que decía: ¡Encontré el barco!