Se divisaba a lo lejos, entre tanta vegetación. Debió ser muy hermosa. Había armonía en sus dimensiones y buen gusto en lo que se podía adivinar que fueron sus colores, las maderas de sus ventanas, su ubicación tan certera con vistas a ese mar escondido que descansa en la pequeña playa imposible, que sólo se ve cuando llegas allí.
Y esos senderos atrapados hoy por las plantas rebeldes e independientes, que puedo imaginar llenos de luz y colores de niños saltando y alborotando risueños.
¿Qué sensaciones se vivieron dentro de esos muros? ¿Qué placeres se sintieron? ¿Hubo amor, ternura, sueños? ¿Cuánto dolor, soledad, muerte?
Lecturas al atardecer, a la luz de los quinqués, sábanas limpias planchadas con olor a lavanda y el calor de otro cuerpo deseoso del tuyo: noches-refugio que compensan y justifican todo.
Casa, casas, casas con olores, con sonidos, con calor, con vida.
Ahora a merced del viento, convertida en paisaje, abandonada. ¿Seguirá en los recuerdos de alguna persona? Tal vez alguien a miles de kilómetros cuente a su nieto con añoranza: yo vivía en una casa cerca del mar …
Muy evocador
ResponderEliminarEvocador y muy lindo. El apego a lo que se ha vivido, aunque pase mucho tiempo, siempre permanece.
ResponderEliminarAh, cuántas vivencias, acumuladas en la mente, de tiempos pasados. Las casas de la infancia, de la adolescencia, de la madurez. El cambio, el dejar atrás y vivir otras nuevas. La nostalgia de otros tiempos. Me gusta tu relato, seas quien seas.
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