Estimados, porque de alguna manera tengo que llamarlos, compañeros de
clase del Taller del Rosario.
Pero, ¿por qué escriben los relatos tan bien, que chafan los míos? Después me miran comprensivamente, "la pobre, no da más
de sí". Pues que sepan que la capacidad se mide según la edad; cuando lleguen a mis años ya se darán cuenta.
Las hormonas se ponen en huelga y comienza la pelea con el vecino. No
tienen idea de cómo lo hacen que si la razón por aquí, que el sentido común por
allí, no se ponen de acuerdo quién va primero o cuál después, así que lo tengo
bastante jo..., con el trabajito de esta semana; me dicen que escriba una carta
con no sé qué emoción: enfadada, llorona, asustada…
De verdad, ¿quieren verme enfadada? Pues ahí va. Hace un mes que tengo mi
casa en obras por culpa de unos cables quemados, pero les digo que la que echa
chispas soy yo. Vaya un hatajo de
gandules y mangantes apestosos. No vean cómo dejan el baño, “orines hasta en la
puerta. La madre que los parió, estoy haaaarrta”
Triste: no se imaginan la de veces que he llorado al ver mi casa arada
como un campo de fútbol antes de plantar el césped. Creo que me quedo
corta, más bien parece la central de la
Nasa, las paredes cubiertas por tubos negros, como culebras profanando mi
hogar. Aquí, donde nací, ella me mira y grita ¿por qué lo permitiste?
Asustada: mucho; no sé cómo va a
quedar, no es mía pero me hice responsable de la obra, una casa antigua que,
según la taladraban, surgían problemas estructurales que he tenido que
afrontar. El presupuesto para el ¡arreglito! se ha esfumado, como la ola contra la roca. Por si
era poco la puerta de entrada me ha
provocado tanto dolor de cabeza que ya tengo fija una migraña.
Me recomendaron un carpintero para restaurarla; entusiasmada para darle una
sorpresa a la familia dije que sí “en mala hora”. Di con la joya del gremio de
la madera, tiene más ego que Napoleón coronándose emperador, “chapucero de
mierda”, le hice arrancar una guía y le indiqué cómo se ponía.
Perdonen por desahogarme en esta carta.
Nos vemos en clase.
Ylde.
Henry Martin